¿Cachay a Cirilo Camasho? “El Exagerado”


¿Cachay a Cirilo Camasho?
El Exagerado



Exactamente igual como lo viene haciendo cada día desde hace cuarenta y cuatro años, Cirilongo Camasho se levantó a la misma hora y salió justo a tiempo para tomar el primer bus de la mañana, rumbo a su trabajo.

Ya en el vehículo, Cirilongo Camasho observa el archiconocido paisaje hacia la estación del metro, “sí, hoy será un buen día”, piensa esbozando una sonrisa.

La razón de su optimismo radica en varios factores: el primero es que Nothary Col, la nueva secretaria que lleva sólo una semana en el empleo, ha estado coqueteándole desde su primer día de trabajo.

En aquella ocasión Nothary Col le saludó muy sonriente, luego se presentó y le preguntó su nombre y Cirilongo Camasho se lo dijo y ella volvió a sonreír.

Más tarde, a la hora del almuerzo, se ofreció a acompañarlo en la mesa pues aquella jornada la mayoría del personal salió a un paseo de la empresa, y por orden del supervisor sólo ellos quedaron en la oficina, Cirilongo Camasho para agilizar unos pedidos y cobranzas y Nothary Col para ordenar los documentos y carpetas que había dejado la secretaria anterior. El resto de la semana, al toparse en el bebedero, Nothary Col le dedicó unas silenciosas sonrisas e intercambiaron algunas palabras, “¿ha tenido mucho trabajo hoy?”, “hacía frío en la mañana”, “¿sintió el temblor anoche?” y cosas por el estilo.

Cirilongo Camasho sabe que esas señales demuestran con toda claridad que la chica está poderosamente interesada en él. “Hoy la invitaré al cine”, piensa muy seguro de sí mismo.

Además del flirteo con la secretaria, Cirilongo Camasho está radiante ya que sus incontables horas laborales extraordinarias, todas sin paga, aumentaron las ventas de la sección en la cual trabaja, y ello le ha hecho merecedor de constantes felicitaciones del supervisor del departamento, Jeferson Boss.

Pero eso no es todo: hace un par de semanas, en una celebración de la empresa, Cirilongo Camasho se lució tocando una guitarra y cantando y aunque no es afinado ni logra la perfección en los acordes, su simpática improvisación sacó varios aplausos, además de la distinción de la cual Boss, en medio de su enorme borrachera y ante todos los presentes, le otorgó: “¡éste es mi empleado favorito!”, gritó abrazándolo.

Y han sido aquellas muestras de satisfacción las que hicieron que Cirilongo Camasho se decidiera a pedir un aumento de sueldo, pues hace veinticinco años su salario es el mismo. “Después del almuerzo lo haré”, dice con resolución.

El reflejo del alegre rostro de Cirilongo Camasho en el vidrio del vehículo deja traslucir un automóvil deportivo verde, cuyo motor ruge potente mientras acelera y adelanta al microbús; “con el aumento de sueldo -calcula mentalmente-, en un par de meses tendré un auto como ése”.

El bus llega al terminal y Cirilongo Camasho baja recibiendo los primeros rayos del Sol, que emergen poderosos tras la cordillera.

Ingresa en la estación.

Ya en la fila para comprar el boleto, nota que en la otra fila, en aquella para cruzar el torniquete rumbo al andén, a uno de los pasajeros se le cae algo del bolsillo.

Tiene apariencia de ser un papel de colores pero al prestar atención se da cuenta que el papel de colores no es solamente un papel de colores sino que también es Un Billete, y uno de los grandes.

La fila para la boletería avanza, tal como la del torniquete, y nadie más que él parece haber observado El Billete.

Llega a la boletería, volteándose una y otra vez para no perder de vista El Billete.

Compra su boleto.

Más ansioso ahora y siempre atento a El Billete, ingresa apurado en la hilera que se dirige al torniquete.

La fila continúa avanzando mientras decenas de zapatos, cual más elegante o corriente que el otro, pisan vez tras vez El Billete: pantalones de vestir de muy buen corte o de mal corte les hacen juego a los calzados; vestidos ajustados y sensuales minifaldas llevadas a la gloria por esbeltas piernas adornadas con medias de encaje, hermosos tobillos y delicados pies que lucen tacones de aguja, igualmente, le pasan por encima.

Aparecen también brillantes shorts de runners que dejan ver peludos y fibrosos muslos y piernas de hombre calzando zapatillas deportivas; pantalones cortos de vivos colores, floreados, rallados y a cuadros entran en escena junto a piernas lampiñas, delgadas o gordas rematadas por veraniegas sandalias o alpargatas que aplastan también El Billete.

La ansiedad de Cirilongo Camasho se va transformando en tensión a medida que transcurren eternos los segundos.

Casi llegando a El Billete, y demasiado nervioso ya, ve que un pequeño niño moreno de rojo pantalón corto, polera blanca con el dibujo de Spiderman y un gorrito azul, se agacha. “¡Mamá, mamá!”, dice intentando alcanzar El Billete, cogiéndolo al pasar. Cirilongo Camasho siente que todo se detiene, todo excepto el niño y él y la madre. El par de gordas y desarmadas piernas llenas de várices que lo llevan tomado de la mano, le dan un firme tirón; “¡Vamos! ¡Camina, chiquillo estúpido!”, dice sin prestarle atención al niño.

Arrastrado con violencia por aquella mujer de vestido amarillo, el chico suelta El Billete.

Cirilongo Camasho está por fin ante el torniquete.

Ve a sus pies El Billete y lo cubre enteramente con el zapato izquierdo, se detiene unos instantes y con el corazón latiéndole fuerte, las manos sudadas y la boca seca, se agacha ágilmente y lo recoge. Lucecitas de colores destellan dentro de sus ojos, todo se vuelve negro y sólo hay silencio cuando se yergue mareado.

Se echa El Billete al bolsillo izquierdo del pantalón y deja poco a poco de ver las lucecitas en el fondo negro y la estación y la gente aparecen nuevamente, y los ruidos y las voces se acercan y le rodean, entrando en él; pero está seguro que todos le vieron recoger El Billete y le observan acusatoriamente.

Cirilongo Camasho mira de un lado a otro y sale torpemente de la fila. Un calor aparece en su abdomen pero es miedo lo que siente al ver directamente frente a él una cámara de seguridad. Le duele el estómago y avanza y regresa y otra vez está junto a la fila del torniquete. Su cuerpo tiembla. Tuerce a la derecha y comienza a caminar mirando de reojo a las personas de la fila, gira otra vez y un inmenso terror le invade al ver a unos guardias dirigiéndose hacia él. Cirilongo Camasho transpira profusamente mojando su camisa y su corazón late fuerte y su estómago se aprieta; la sequedad en la boca y las lucecitas y el fondo negro comienzan a aparecer otra vez. A un costado advierte una salida y con el cuerpo tenso, camina rápido hacia ella.



























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